WASHINGTON, DC –El brasileño Gabriel Pirani clavó un pie en el campo. Cerró los puños, tensó todo el cuerpo y dejó huir, sin esfuerzo, un alarido, de frente a la bandeja de plateístas, invitados especiales y periodistas… Enseguida lo cubrieron. Se le subieron encima dos, tres compañeros, gritaron con él… eran los 91 minutos y el empate final.
DC United le empató al New England Revolution ante 10,645 espectadores en su propia casa. A pesar del empate la visita le arruinó la continuidad de sus alegrías de primavera al dueño de casa. Lo superó con altura con gran convicción para llevar adelante sus planes. Y, sobre todo, ilusionó a Massachusetts con una consigna: seguir sumando de a poquitos.

La principal razón del empate fuera de casa. El de New England Revolution sobre New England Revolution. El que le sirvió, en definitiva, para tratar de ganarle al DC United. Descargó allí, en la mitad misma de la cancha, con bronca y felicidad, rabia y alegría. Dejó al descubierto, en un segundo de explosión, todo lo que habían hecho durante 90 minutos para llegar a eso: para poner la ‘franja roja’ a la misma altura que el ‘águila negra’, para jugar de igual a igual y también romper el equilibrio, para acabar con los fantasmas propios que de nadie.
Los de afuera lo entendieron, parece. Y se sumaron a la angustia de haber empatado con DC United, que más que eso. Por la forma en que lo hicieron, por lo que prometieron hacer.
Con la pelota en su poder, el equipo revolucionario quiso ser el controlador del partido. Desde el fondo, el caudillo Mamadou Fofana pegó los gritos –a veces demasiado cargoso- y la cosa se reordenó tal como había empezado. Entonces, todo fue darle cuerda a la ilusión visitante.

¿Qué tiene este New England Revolution para escalar posiciones?
Tiene, primero, un plantel con nombres más que interesantes: al eslovaco Aljaz Ivacic un meta con la cualidad de simplificador, aunque más de una vez se complique la vida con cosas que van más allá del juego; tiene al capitán el español Carles Gil, y con mencionarlo basta; tiene al argentino Tomas Chancalay, un brillante distribuidor de juego; tiene al israelí Ilay Feingold autor del gol visitante y al atacante camerunés Ignatius Ganago, para asustar arriba.
Pero, además, tiene claro a qué juega: porque su técnico Caleb Porter lo trasmite y porque nadie se la cree, porque han hablado de cambiar una mentalidad y en eso están, aunque todavía se preocupen más por los fallos del árbitro central Pierre-Luc Lauziere que, por el propio rendimiento de su equipo, en definitiva, lo único decisivo.
Porque DC United le empató al New England Revolution esta vez fue con la ayuda de ese gol agónico a los 91 minutos del final de Gabriel Pirani acabó y con los espejismos, eso está claro. El New England Revolution le pudo haber ganado al DC United gracias a su propio planteo, a su concentración, a su solidez, a su convicción, a su aplicación táctica, a su entrega sin límites en busca del único objetivo la victoria.

Con actitud, en una palabra, del New England Revolution. Nada es más importante que eso para un equipo, por encima de planteos tácticos adecuados o no, de la suerte o la mala suerte, de las circunstancias imprevisibles y hasta de la categoría de sus integrantes.
Por el otro lado el DC United sin actitud positiva, clara, un equipo es nada, o poco, en esta etapa de calidad menguante, y con eso sobrevive. Lo comprobó el New York Red Bulls el sábado pasado 2-0, dominador intelectual del juego durante casi una hora, dueño del desarrollo al vaivén de los toques.
Esta vez fue el New England Revolution y la tendencia colectiva de presionar al DC United en el arranque, eligió tiempos y espacios, asimiló la desventaja inmerecida, noqueo por maduración a los 48 minutos y pareció a punto de quedarse con todo. Lo hizo, claro, pero lo pagó a los 91 minutos.

A pesar del gol de empate del DC United se podría decir que murió por ser incapaz de matar, y ésa es una ventaja exagerada para el equipo de los conjurados optimistas. Y hoy pasar a la corte de los milagros…